Triduo de Santo Domingo en la Cueva de Segovia

  • A lo largo de este año en el que estamos celebrando el VIII centenario de la venida de Santo Domingo a Segovia, la familia dominicana de esta localidad, los segovianos, todos cuantos participan de los distintos eventos organizados y, por la comunión que nos une, toda la Orden y la Iglesia, estamos teniendo distintos momentos de encuentro con nuestro Padre Domingo.


No podía ser menos ahora; en torno a su fiesta estamos celebrando los días 6, 7 y 8 de Agosto el triduo en honor a Santo Domingo. Celebrarlo en la Cueva de Segovia con los ecos de este centenario, hacen viva su presencia en este lugar; su espíritu, su carisma se sienten como fuerza que nos empuja a continuar su obra que no es otra que la del Verbo Encarnado. Ver su imagen disciplinándose ante Cristo Crucificado nos habla de amor, de amor a Dios y a los hombres. Llevando en el sagrario de su compasión a cada hombre y mujer con el que se encuentra en su día a día, y en ellos a todo ser humano, se pone frete a Cristo para, aprendiendo a ser discípulo, completar en su carne lo que le falta a los padecimientos de Cristo (Co 1, 24-28)

Esta presencia se ha visto animada por la predicación de Fr. Pablo C. Sicouly OP. Sus palabras “silenciosas y profundas” nos han mostrado con precisión, el primer día, a un Domingo compasivo, tanto que este rasgo sería fundamental en la espiritualidad de Domingo y de su orden. La misericordia como nuestro afecto puesto en la miseria, en las necesidades o pobrezas de los otros, afecto que reconoce y afirma la dignidad de las personas.

En el día de la Transfiguración del Señor, Domingo es luz en la Iglesia y esta es nuestra petición en este día.

El día 7, hablándonos de la oración de Domingo, ha destacado su ecuanimidad como fruto de su profunda unión con Dios. Este rasgo, según el testimonio de los primeros frailes, era inalterable salvo cuando se turbaba por la compasión y la misericordia hacia el prójimo. Nos ha llamado también la atención sobre como la oración de Domingo se manifestaba con todo su ser, con toda su persona, como ponen de manifiesto sus nueve modos de orar.

Por último hoy día 8 de Agosto, día de Santo Domingo, nos ha hablado de su predicación. Domingo sueña con ir a los cumanos, que no conocen a Cristo, entiende Domingo que esta es la mayor pobreza o necesidad del hombre. Pero por mandato del Papa se queda en el sur de Francia predicando la verdad a los albigenses. Una nueva predicación que recrea al hombre por encima de las concepciones dualistas de los albigenses que enseña el sentido de la redención para la vida de los hombres. Que es predicación de la Gracia.

Ha finalizado animándonos a acogernos a la esperanza que nos dio Domingo antes de morir y que la orden recoge en esta antífona:

“Oh admirable esperanza la que diste a los que te lloraban a la hora de tu muerte, prometiéndoles que después del tránsito vendrías en ayuda de tus hermanos. Cumple oh padre lo que prometiste socorriéndonos con tus plegarias.”

 

 


Ester Bermejo Gómez OP

Fraternidad Laical de Santo Domingo de Segovia

Asunción de la Virgen María a los cielos

Hoy la Iglesia se viste de fiesta al celebrar la Asunción de la Virgen María a los cielos. Hoy podemos alegrarnos todos, pues lo que celebramos en esta fiesta es el triunfo de María sobre la muerte y su glorificación al cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo. Este es el día glorioso en que la Virgen madre de Dios subió a los cielos; todos la aclamamos y tributamos nuestras alabanzas.

Y precisamente hoy podemos celebrar en la Orden lo que llamamos “el pentecostés dominicano”. Domingo concibió y maduro la idea de que la buena noticia que podía ir sembrando, no debería quedar solo en medio de los Cataros, sino que sus hijos la llevarían a todo el mundo.

Así en contra de todos los que le rodeaban, le aconsejaban…, comprendió “la locura de buen castellano”, de enviar a los frailes a imitación de Jesús, de dos en dos por todo el mundo.

Y eligió precisamente este día en que pediría la protección de María y la oración de sus monjas para que el trigo esparcido llegara a todo el orbe.

Y en esta misión Domingo envió a cuatro frailes a España: Pedro de Madrid, Miguel de Ucero, Suero Gómez y Domingo de Segovia, o Domingo Chico, que en la Navidad de 1218 se encontraría en Segovia junto a F. Corbalán, primer prior del convento que dejara fundado Santo Domingo.

 

 

 

Comunidad de monjas dominicas
Monasterio de Santo Domingo el Real de Segovia

Un padre tan santo que nos impulsa a vivir nuestra entrega

Desde que nos enteramos de la convocatoria del año jubilar conmemorando el 800 aniversario de la llegada de Santo Domingo a Segovia, intentamos buscar una fecha propicia para visitar la cueva de Nuestro Padre. Y por fin llegó el día: El lunes 23 de Julio de 2.018 comenzamos nuestra peregrinación a las nueve y media de la mañana las ocho hermanas más jóvenes de la comunidad de Dominicas de Palencia, para ganar el jubileo. Fray Luis Miguel García Palacios OP conducía la furgoneta y en ella íbamos: la Madre Maestra, la Submaestra, una postulante, dos novicias, dos profesas temporales y la cronista, que es la que lo redacta.

Lo primero que recordamos a todas fueron los tres requisitos necesarios para ganar las indulgencias: confesión, profesión de fe y orar por las intenciones del Papa.

A las once y media habíamos quedado en la cueva con Sor Mercedes y Sor Purificación, de la comunidad de Segovia y justamente a esa hora llegamos las peregrinas, viendo de lejos esa ciudad tan bonita llena de torres, calles históricas y empedradas; con subidas y bajadas; el acueducto romano cerca del río Eresma, el Alcázar, junto con muchas otras construcciones religiosas que nos acercaban a Dios.

Lo primero que vimos a la entrada de la cueva fue la placa que anunciaba el año jubilar por haber estado allí nuestro Padre Santo Domingo en el año 1218 y eso, para sus hijas que tratamos de seguir sus huellas, siempre impresiona.

También nos llamó la atención que la cueva quedase detrás del muro de la cuidad. Nos contaron que Santo Domingo, por esa época ya contaba 48 años de edad. Su fama de santidad se había extendido y no le dejaban solo ni un momento, por lo que tuvo que buscar un lugar retirado, a las afueras de la cuidad, porque él necesitaba intimidad con el Señor.

Los Reyes Católicos, en el siglo XV, quisieron beneficiar a los Dominicos construyéndoles un convento más amplio, dentro de la cuidad, pero debido a la huella que dejó allí nuestro Padre Santo Domingo, ellos no quisieron trasladarse de ese lugar y entonces construyeron allí mismo una elegante ampliación del convento, incorporando sus escudos y el lema de su reinado: «tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando».

Después de explicarnos la fachada del convento entramos por la actual universidad que lo ocupa, para conocer su entorno, el espacio del patio   que todavía se conserva, una parte del claustro, la iglesia, de una sola nave, las excavaciones realizadas… y después pasamos al exterior para ver los jardines que lo rodean y el impresionante mirador. Todo ello fue muy significativo para nuestra espiritualidad, pero lo más relevante para mí fue cuando bajamos por las mismas escaleras de piedra por la que bajaban nuestros hermanos Dominicos después de Completas, para prolongar su oración en la cueva. ¡Cuántos hermanos santos habrán bajado por esas escaleras impregnados del «buen olor» de Santo Domingo.

Después bajamos a la cueva. Un recibidor amplio con dos confesionarios adosados a la pared, que ya no se utilizan, nos conducían por un lado a la sacristía y por otro a la capilla. De la sacristía se destaca la Milagrosa que trajeron los niños huérfanos que cuidaron allí las Hijas de la Caridad y que todavía se reúnen una vez al año. Una placa de agradecimiento lo recordaba.

¡Y llegamos a la capilla de Nuestro Padre! Su recogimiento favorece la oración. Al igual que Domingo buscaba allí su intimidad con el Señor, ahora, ocho siglos después, éramos sus hijas las que anhelamos esa intimidad con el Señor a la que nos conducía él.

Santo Domingo se flagelaba mirando al crucifijo, orando por los pecadores, por los que no conocen a Cristo, y unía su sangre a la Sangre redentora del Salvador.

Después de unos momentos de oración contemplativa, pasamos a celebrar la Santa Eucaristía presidida por fray Luis Miguel. Era la Misa votiva de nuestro Padre y cantamos «a capella» todo lo que pudimos. En la homilía destacó el fraile que la oración de Santo Domingo: ¡Señor: qué será de los pobres pecadores! él la traducía como: ¡Señor qué será de todos aquellos que no te conocen! o bien ¡Señor qué será de aquellos que abandonaron la fuente de la vida!; con estas y otras palabras alentadoras nos animaba a seguir las huellas de nuestro Padre.

No podíamos marcharnos de allí sin ver la imagen de Nuestro Padre, la mismo que vio santa Teresa de Jesús cuando visitó la cueva y se le apareció en éxtasis.

El recuerdo de nuestro Padre en ese lugar es impresionante y nos daba pena salir de allí, pero el cuerpo tenía que sustentarse y una comunidad de generosas hermanas nos estaba esperando para comer. Así fue como vivimos aquella maravillosa experiencia que nos aúna más como hermanas que tienen un Padre tan santo y nos impulsa a vivir nuestra entrega día a día con mayor generosidad.

 

Comunidad de monjas dominicas
Monasterio de Nuestra Señora de la Piedad de Palencia