El documento más antiguo que acredita la fundación de las monjas en la ciudad es un privilegio hecho por Alfonso XI, rey de Castilla y León.
Se sitúa la primera casa junto a la ermita de Santa Susana. Corría el año 1350.
Juana de Luna, viuda de Luis Mejía con tres de sus hijas, Doña María, Doña Mayor de Guzmán y Doña Catalina profesan en el convento y le enriquecieron con su hacienda y mucho más con su virtud y gobierno. Siendo Doña Mayor priora compra la casa y fortaleza de Hércules a Juan Arias de la Hoz. A esta compra se añadirán unas casas señoriales entre las iglesias parroquiales de la Santísima Trinidad y San Quilez. Fray Alonso de Loaysa, prior provincial de religiosos y religiosas de la Orden de Predicadores en los señoríos y reinos de Castilla aprueba la solicitud de traslado de aquel lugar solitario y húmedo a éste en el casco de la población.
Se trasladan al nuevo lugar, que hoy perdura, el 13 de junio de 1513.
El edificio es una antigua casa fortaleza, ejemplar típico de la arquitectura civil del s. XII. La Torre de Hércules, que le da nombre, construida hacia el s. XI, conserva en los frisos pinturas murales realizadas por los árabes de la aljama segoviana que lo convierten en el más acabado ejemplar románico-mudéjar.
La iglesia conventual es propia del barroco segoviano del siglo XVII y está presidida por un retablo dorado, que ocupa el testero. En el lateral de la nave encontramos otro buen retablo dorado y policromado, del s. XVI, que tal vez fuera el mayor de la capilla primigenia.
El solar de una comunidad religiosa es el lugar donde Dios escucha y la criatura ora, habla y canta.
Hace ya quinientos años que las dominicas se establecieron en este vetusto edificio. Quinientos años de rezo continuado en esta capilla, donde las hermanas comunican al fiel y al visitante aliento, fuerza y espíritu, en la certeza de la Buena Nueva.