La Navidad entrega sus tesoros a quien sabe contemplarla con ojos de niño.
El hombre busca y desea la plenitud, pero la busca fuera de casa, cuando se la encuentra en lo profundo de su ser, ahí donde se encuentra Dios.
Parece como si Dios se escondiera en la Navidad, en un niño aparentemente insignificante, un bebé al que sus padres tienen que recostarle en un pesebre. Contemplar la Navidad es inclinarse ante este Niño, adorarlo y reconocer que, en él, se ha hecho presente entre nosotros Dios.
Navidad es contemplar el misterio más grande de la humanidad, y mirar con ojos de admiración, en el silencio, en lo profundo, donde se encuentra la Verdad, como quien desea encontrar todo el amor y la misericordia derramada.
El Niño adorado en el establo está siempre a la escucha, con mirada de contemplación, haciendo de puente entre el Padre y la criatura y transmitiendo su palabra, a él mismo, que es la Palabra y no hay otra.
La gruta de Belén, al igual que la Cueva donde oró Santo Domingo, está llena de Pascua, de la mayor revelación de Dios. Jesús nace, predica su Palabra de Salvación, muere en la cruz y ¡RESUCITA AL TERCER DIA! Nuestro padre santo Domingo ora en la Cueva y contempla la Pasión del Señor donde encuentra la fuerza y vigor para proclamar la Palabra de Salvación. Y esto sucede en la proximidad de una Navidad.
Igualmente nosotros debemos esperar la llegada de la Navidad, con el deseo de que esa Paz llegue a todos los lugares y corazones de los hombres, que aún no han encontrado la Paz predicada por nuestro Señor Jesucristo.
Comunidad de monjas dominicas
Monasterio de Santo Domingo el Real de Segovia